viernes, 2 de enero de 2009

2 de enero de 2009

PLAZA JUÁREZ
1 de enero de 2009.

Javier E. Peralta
HUEJUTLA, HGO..-
Desde luego la historia puede ser otra, pero en un principio, como aquellos tiempos cuando el mundo fue creado, los olvidados fueron olvidados y hoy levantan la cara pegada a los cirios de cebo, sin otra afición que pedirle al año nuevo que les tenga piedad, que les permita transitar doce meses y sus días correspondientes, con la esperanza de que un día cualquiera se haga realidad aquello de que en los cielos llegará el momento del gozo.
Porque aquí se viene a sufrir, a rezar por todos los que no lo hacen, a repetir hasta el hartazgo la misma oración, letanía, solicitud. Vigilantes de inmemorables tiempos son iguales, apenas con la diferencia de la mirada, pero son los mismos, que igual en semana santa que en las fiestas de año nuevo, cumplen al pie de la letra el compromiso de confiar a Dios y las piedras talladas en 1570, lo que al final de cuentas apenas queda entre todos los mexicanos: la esperanza.
Hace tanto tiempo que uno se hace testigo del escenario, que se pierde la capacidad de observar y ver que el hombre que reza desde entonces, envejeció junto conmigo, con la diferencia de que él nunca ha dudado de la fe en que sustenta la existencia. Es por eso que cualquier acercamiento a diseccionar su forma de pensar, su idiosincrasia, es un absurdo de origen porque al final de cuentas tienen razón, y la vida misma los avala.
Al empezar el año los que llegan a la catedral terminada en 1580, con fachada de estilo plateresco, serán para todos los tiempos, de aquí hasta la eternidad, la prueba más clara de que a partir de creer, es posible transitar los caminos de la existencia alejados de la tristeza que abruma, que tapona los razonamientos de la felicidad. Ellos, los indígenas huastecos, han sido desde siempre parte de la crónicas de la pobreza, la marginación y el olvido, calificativos que hacen quienes nunca los han conocido, apreciado, mucho menos querido.
El 2009 puede ser el año justiciero que nos ponga al parejo en lamentos, en zozobra, en no saber si al otro día se estará vivo; pero injusto, porque a los mestizos los lanzará al barranco de la preocupaciones sin esperanza, sin fe, sin la capacidad de creer. A ellos no, y prueba clara de que cuentan con esa capacidad, es que están aquí, estarán aquí cuando los otros se hayan ido, seguro impedidos del gozo porque dejaron de creer en él.
Levantada sobre un cerro, algunos afirman de una pirámide, la catedral de piedra hecha por los ríos habrá de sobrevivir a todos los que llegan, observan y se van, pero no a los que la habitan desde que fue levantada en 1570, incluso antes; porque están aquí, con Dioses prehispánicos o españoles, da lo mismo, el hecho fundamental es que creen, tienen fe, y una buena parte de los que miran con curiosidad, ya no.
Son conocidos de las imágenes encerrada a los costados de la entrada en celdas de barrotes de fierro, a las que visitan, les hablan, se confunden en un largo diálogo en náhuatl que guardan para sí, para ellos.
Los mismos, los que hace 20 y tantos años llegaron la primera vez que crucé las puertas, bajo la mirada de una virgen milagrosa a cuyos pies un obispo reza. Los mismos, igual que uno, que piden, ruegan, imploran tener aunque sea un céntimo de su fe, de la rotunda fe de poder creer en algo que no se ve, que no se comprueba, que no existe a simple vista, pero que los ha mantenido en una historia eterna como mágicos personajes de la vida, capaces de creer, simplemente creer.
(Publicado el 2 de enero de 2009, en la edición del diario matutino PLAZA JUÁREZ, en Pachuca, Hgo.)

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