domingo, 24 de mayo de 2009

Lunes 5 mayo de 2009

RETRATOS HABLADOS

* El discurso de Miguel Ángel Granados Chapa

Javier E. Peralta

EL PASADO 14 DE MAYO
, el periodista hidalguense, Miguel Ángel Granados Chapa, pronunció un discurso memorable en las instalaciones del diario “Reforma” de la ciudad de México, con el cual ingresó como integrante de número de la Academia Mexicana de la Lengua.
“Nuestra lengua en general, y la de México en particular, está sujeta a un proceso de pauperización que se manifiesta en la frecuente habla tartajosa, en la incapacidad para formular desde enunciados sencillos propios de la vida cotidiana hasta los resultados de la introspección que nos hace plenamente personas”, destacó en una parte de su intervención.
“La Ley, las libertades y la expresión”, fue la disertación que realizó el realmontense que por muchas razones es, desde hace mucho tiempo, parte esencial de la historia del periodismo nacional y por supuesto del estado de Hidalgo.
Por la importancia que reviste este discurso, por la claridad en cada una de las ideas expuestas, me permito presentarle a continuación partes sustanciales del mismo como una forma de celebrar, usted, yo, todos, el ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua de un hombre como Granados Chapa, de siempre maestro del periodismo y hacedor pulcro de textos que son muestra clara de su conocimiento en la materia:
“En toda sociedad, las libertades resultan no de la ausencia de normas, sino de las certezas que brindan leyes breves, generadoras de seguridad jurídica, interpretadas en los tribunales con respeto a las personas y su patrimonio moral, ese que no puede ser tasado en dinero. Aunque se ha convertido en un lugar común cuya frecuente invocación lo ha desprovisto de sustancia, hemos de rescatar la noción de reforma del Estado como una necesidad republicana de satisfacción insoslayable e impostergable. Formaría parte de ese empeño legislativo una ley de medios que regule los derechos respectivos sin coartarlos, armonizándolos entre sí; que garantice
libertades que son necesarias para la sociedad y los individuos, que dé cauce al uso de las tecnologías con espíritu democrático, en que convivan sin reñir la búsqueda de la realidad económica y el afán por multiplicar las voces.
“Como la expresión misma, la libertad de expresión no es materia que concierna sólo a la prensa y sus practicantes. Y así como la libertad está expuesta a riesgos, el uso de la palabra, la expresión pública, viven horas críticas. Es verdad que cada vez un número mayor de personas hablan español en todo el mundo. Pero es verdad también que esas personas hablan menos español. Nuestra lengua en general, y la de México en particular, está sujeta a un proceso de pauperización que se
manifiesta en la frecuente habla tartajosa, en la incapacidad para formular desde enunciados sencillos propios de la vida cotidiana hasta los resultados de la introspección que nos hace plenamente personas.
“El empobrecimiento del lenguaje amenaza precipitarnos en la mudez. Las nuevas generaciones ignoran, o desdeñan, el riquísimo patrimonio verbal que debiera serles propio. Don Ernesto de la Peña, con información provista por esta Academia, ha mostrado su preocupación por la parvedad del habla juvenil, compuesta por menos de un centenar de palabras, magra condición empeorada (añado por mi parte) por el perezoso abuso de muletillas y la cansina aplicación de adjetivos facilones a situaciones diferentes. Padre, padrísimo, impresionante son a menudo las solas
palabras con que se pretende describir el regocijo de una fiesta, la belleza de una persona o un paisaje, la hondura de un efecto emocional. Todo ello encubierto tras la coartada desafiante de quien desdeña el esfuerzo de la precisión verbal: "Me entiendes, ¿no?". Frente a esa pobreza verbal creciente ocurre la apariencia de un enriquecimiento, por el arribo o la intromisión de un léxico nuevo. Pero se trata a menudo de un enriquecimiento ilegítimo. En parte proviene de la adopción servil de lenguaje extranjero (el que domina todo lo relacionado con las nuevas tecnologías de comunicación e información, por ejemplo) que nos lleva a solicitar que se nos
forguardee un texto llegado a un mail distinto al mío, y en parte porque, sin necesidad alguna, los neologismos se sobreponen a la palabra en uso, sin tacha. ¿Por qué se ensancha cada día la utilización de verbos como accesar o aperturar, siendo que existen el acceder y el abrir comunes y corrientes? De ese modo, se apertura una cuenta bancaria o un expediente judicial. A ese paso, pronto los dentistas nos ordenarán aperturar la boca para realizar su ingrata labor.
“Y si en el habla de todos los días sufrimos déficit en aumento, en la comunicación política, la necesaria para la convivencia democrática, hay motivos para una preocupación mayor, o al menos semejante. Como sociedad dominada, el mutismo ancestral fue una forma de resistencia a la dominación cultural, a la imposición de un lenguaje ajeno. En épocas más recientes se nos impuso
silencio de otra manera: la prescindibilidad de los ciudadanos en la gestión de la cosa pública trajo consigo el despliegue de un lenguaje espurio, mezcla de retórica y propaganda, instrumentos de la simulación, que ha sido uno de los signos del régimen autoritario y ante el cual no había lengua ciudadana que oponer. Y cuando los esfuerzos destinados a contar con un lenguaje propio, el que permite expresar exigencias ante el poder, han tenido fruto y el lenguaje de la democracia se ha
abierto paso, los poderes contrarios a esa apropiación de las palabras, al debate de las ideas, los combaten con la simplificación, con el no‐lenguaje. Un omnipresente ejemplo está en curso: en vez del diálogo para el entendimiento, las precampañas recientes, y las campañas de mayo, han privilegiado los spots, destellos en apariencia verbales que no permiten ni requieren el discernimiento lógico que es connatural a la expresión oral o escrita. En otra senda que puede también conducir al silencio, se inhibe la construcción de un espacio común mediante el insulto y la invectiva, que son modos amenazantes de acallar al interlocutor que deja de serlo para convertirse en adversario y aun enemigo.
“Sean mis palabras finales para desear, como lo hago con fervor, que la lengua que humanizó al hombre siga siendo fermento para la convivencia, misma que se profundiza y ensancha en la medida en que con palabras nos reconocemos y reconocemos a los otros, que no son ajenos ni distantes, sino parte del nosotros.”
Y POR HOY ES TODO, nos leemos el próximo miércoles

peraltajav@gmail.com

(texto publicado el lunes 25 mayo de 2009 en la edición del diario matutino PLAZA JUÁREZ, en Pachuca, Hidalgo)

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