lunes, 1 de junio de 2009

Lunes 1 junio 2009

DESAIRE AL CORAZÓN
Un estadio ficticio, una derrota real, en el
alma tuza, en el corazón de invitados “de gorra”

Javier E. Peralta


Aquí pegó más la derrota. El lienzo charro localizado al sur de la ciudad se hizo tumba, muro de los lamentos, pañuelo gigante para envolver lágrimas de los invitados sin dinero, que una y otra vez hicieron de las gradas de metal tambor gigante, corazón alborotado porque, estaban seguros, los Tuzos serían campeones.
Remedo de estadio, dos pantallas simplemente grandes, que no gigantes, eran también la ilusión del juego; aunque real, eso sí, la pasión futbolera de 30 o 40 pumas instalados en el lado izquierdo del inmueble, comandados por dos jóvenes pelados a rape y con una habilidad mayúscula para despertar las peores injurias del respetable.
Nunca se había visto a ser humano capaz de mentar madre a diestra y siniestra con tanta velocidad. Solito y contra toda la multitud, abrazado a la bandera puma, el pelón sujeto de mirar bilioso, doblaba a mil por segundo los brazos para repartir, “urbi et orbi”, recuerdos a todas las jefecitas de los parroquianos vestidos de blanco y azul.
Invitados de segunda a la fiesta de los Fassi y los Martínez, empezamos a mirarnos con desconsuelo cuando el destino empezó a burlarse en pleno rostro, con cinismo, hasta descaro. Arreciaron entonces los gritos, la exigencia de que “ese pinche pelón puto” fuera corrido del lienzo con todo y su escuadrón suicida, metido con calzador en un recinto atiborrado por enardecidos Tuzos.
Era más cuerda para el hincha universitario que se encaraba a los que a gritos pedían al resguardo policíaco permitieran llegar al susodicho, “nadamás una madreadita y que se vayan”, clamaban. Poco caso hacía a las recomendaciones de que ya no buscara camorra. Extasiado por el triunfo que intuía, cierto estaba de ser invulnerable a todo, a los miles y combinaba las mentadas con el dedo índice señalador de toda la gente y un rictus frenético con palabras de mimo, “todos, todos ustedes… me la pelan”.
Convidados sin dinero para el boleto del estadio, donde sólo los “fufurufus” hijos de Josefina Vázquez Mota pudieron pagar los 600 u 800 pesos, o los mil y hasta dos mil en la reventa, reventaron el pulso del corazón cuando el gol pachuqueño, argentino es la palabra a manos del “Chaco”. Y de inmediato miradas y ofensas se dirigieron al ala izquierda del lienzo, a los felinos que por un momento repararon en que no podrían 30 o 40 contra los miles que les adelantaban tormento y todo lo que se pudieran a la salida.
Por eso se fueron antes, los fueron es la palabra, una vez más retadores porque aun cuando cargaban el empate, por voz de su profeta, el joven pelado a rape, dejaron una maldición que acabó por cumplirse, “cuando quieran, yo solito contra todos, uno por uno, y óiganlo bien que ya perdieron…”.
Adentro, colados a una fiesta en que habían sido despreciados del salón donde sólo se podía pasar con traje, vestido largo y boleto pagado, los tuzos llegados de colonias en que ese precio de entrada representaba buena parte de la quincena, eran la imagen de la felicidad, esa que se busca toda la vida y que a veces, en un algo tan simple, tan mundano, pero tan pegado al alma, la descubre: el fútbol.
Otra vez mirarte loco de amor por un equipo, invocar para santo al Chaco, jurar que Calero es un adolescente con futuro de por vida, decirle maestro al Meza, y casi llegar al llanto porque eres feliz a partir de lo que hicieron en la cancha.
Nada más hermoso que el triunfo, la victoria, el lunes que se anticipaba para repetir una y otra vez el espíritu guerrero Tuzo, y mirarnos a los ojos, y decirnos que la vida puso en nuestro destino estos días, para el gozo, el ensueño y la capacidad de perdonar. Porque incluso la ofensa del boleto caro ya era parte del olvido. Todo, todo perdonado señor argentino, señor del hotel Crown Plaza, su voracidad que no tiene límites nuestro corazón benévolo la olvida al ser capitanes, timoneles de un barco de ilusiones.
Pero pasó lo que tenía que pasar.
Seguro ya rumbo al DF, el mentado puma de corte a rape se burlaría, los del estadio llorarían tal vez, los dueños harían cuentas, “no hay pérdidas que lamentar, pero muchos negocios ya volaron”.
Aquí, en el lienzo charro, remedo de estadio, la salida fue un velorio, porque como nunca aquella frase de que al desprecio padecido se sumó la ofensa, tenía una aplicación exacta.
Al rato llega el lunes, la ciudad envuelta en lluvias de junio será un poco más triste que de costumbre.
Uno se piensa curado contra la frustración, la amargura, el dolor del futbol. Pero no es cierto. Basta con pisar aunque sea un estadio ficticio como el lienzo charro, para volver a lo de antes y jugar a los sueños, y jurar fidelidad eterna al equipo del corazón, del alma misma. Basta una sola vez para mirarnos igual que cuando los héroes eran jugadores, el cielo un balón de futbol tapizado de ilusiones, casi siempre falsas.
Basta una sola vez para darle vuelta al carrete de la vida y sentirnos invulnerable, eternos por la magia del futbol.
Basta también una vez para ser dolientes hinchas de un equipo que perdió, simplemente perdió.
Afuera estaba la realidad, de eso ya nadie tuvo la menor duda.
(texto publicado el lunes 1 de junio de 2009, en la edición impresa del diario matutino PLAZA JUÁREZ, en Pachuca, Hidalgo)




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