jueves, 4 de junio de 2009

Viernes 5 junio 2009

Retratos Hablados

* Sabiduría del “pequeño Saltamontes”

Javier E. Peralta

SEGURAMENTE SÓLO QUIENES ALGUNA
vez soñaron ser los nuevos Bruce Lees de México recordarán a David Carradine, muerto el día de ayer a los 73 años de edad.
Tal vez por voz de sus padres o abuelos sonreirán cuando escuchen la frase: “dime mi pequeño Saltamontes”.
Protagonista de la serie de televisión “Kung Fu” de 1972 a 1975, Carradine resurgió muchos años después en las películas de Tarantino “Kill Bill”, para convertirse en un icono de las artes marciales, sin que fuera un practicante profesional de las mismas, y sí en cambio un estupendo bailarín, lo que le valió ser elegido para protagonizar al monje Kwai Chang Caine en los aparatos televisivos.
A los once o doce años que tenía cuando el esplendor de “Kung Fu”, quien esto escribe soñaba con llegar a ser aquel que pudiera acabar prácticamente con un ejército de maleantes, no sin antes intentar convencerlos de llevar la fiesta en paz, tal cual mandaba la enseñanza filosófica del templo de Shaolin.
Todos tenemos un héroe en la infancia, y es evidente que para una inmensa mayoría será una interrogante la identidad de Carradine, tal cual se observa en el foro del diario “El Universal”, en el que un joven pregunta: “¿y quién fue ese señor?”.
Llegamos al mundo con un equipo al que pertenecemos nos guste o no, es lo que llaman la generación, que al paso de los años tendremos que despedir, si tenemos como vocación la longevidad, o todo lo contrario.
Compartimos gustos, lecturas, música, estilos y formas de ver la vida.
En ese sentido, la primera señal de que el tiempo ha transcurrido, es la muerte de nuestros héroes de la infancia y adolescencia, y la total cara de pregunta de los jóvenes y niños de ahora, cuando nos observan y denotamos cierta emoción al evocar dicho personaje.
El espanto no existe todavía, pero sí la aceptación evidente de que estamos obligados a guardar luto, hoy por el personaje de “Kung Fu”, mañana por la mujer más hermosa como lo fue Farrah Fawcett de “Los Ángeles de Charlie”, luego por Lindsay Wagner, “La Mujer Biónica” y finalmente, la partida de un ser de carne y hueso que ha sido acompañante ocasional o permanente en el tren de la vida al que nos subimos, o nos subieron.
La existencia humana es un tren, a veces luminoso, otras oscuro, pero con un orden absoluto en la numeración de sus vagones, donde sin embargo no faltan locos y desquiciados, que buscan a toda costa hacer más largo el trayecto, y por eso brincan por el techo y a toda costa se instalan en uno que no les pertenece.
Ser parte de una generación es simplemente entender que desde que se vio la primera luz de la vida, fuimos colocados con sabiduría en un lugar al que pertenecemos, con una lógica que simplemente no acepta reclamos.
Es cierto, podemos asomarnos con curiosidad a quienes transitan por la vía con el ímpetu que tuvimos hace unos ayeres, codiciar el gusto enorme con que miran las cosas, enamorarnos de su dicha o desdicha, pero sólo eso.
La realidad es dramática y la muerte de Carradine, “el pequeño Saltamontes” es la voz del guardagujas que exige a todos los pasajeros tomar su lugar antes de hacer el cambio de vías.
Quedarse sin héroes de la infancia, me refiero a los actores que encarnaron esa primera versión, es el aviso inminente de que los destinos no se tuercen, no se modifican, aunque persistan los que corren por los techos de cada vagón y con una necedad que raya en la locura, quieren quedarse a vivir en uno que no les pertenece.
Al final de cuentas la vida, o el grito del guardagujas permiten que la llamada normalidad regrese.
Fuimos colocados con sabiduría en el pequeño o gran espacio donde hemos crecido y, lo descubrimos, aprendido a reconocer que parte de la existencia incluye comprender el paso del tiempo.
Tarde o temprano el vagón llegará a su destino que le fue marcado hace años y años, y esta lógica implica que los pasajeros de los otros carros también tienen el suyo, aunque a veces se atraviesen por su camino fantasmas de otros, que tocan aviso de llegada a la estación.
Tal vez usted lo recuerde:
“Pequeño saltamontes: el jabalí huye del tigre sabiendo que ambos están provistos de armas poderosas por la Naturaleza y que pueden matar. Al huir salva su propia vida y la del tigre. Eso no es cobardía, es amor a la vida”.
“Pequeño saltamontes, sé tú mismo y nunca temas estar desnudo a los ojos de los otros. Pero recuerda que a veces los hombres se ocultan, y que lo sencillo muchas veces no es comprendido”.
“El polvo de la verdad flota y se cuela por todas las rendijas.
El árbol que cae en el bosque sin nadie que lo escuche no hace ningún ruido, y sin embargo cae”.
Y por hoy es todo, nos leemos el próximo lunes.

peraltajav@gmail.com
(Texto publicado el viernes 5 junio 2009, en la edición del diario matutino PLAZA JUÁREZ, en Pachuca, Hidalgo)

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